Los testigos de Jehová llaman a la puerta sólo dos veces.

sábado, 19 de enero de 2008


El sonido del timbre me despertó. Volví a cerrar los ojos intentando no poner atención al molesto ruido matinal. No podría ser algo demasiado importante, tal vez eran niños que querían divertirse como de costumbre. La imagen de la realidad comenzaba a desvanecerse ante mí, cuando un segundo intento sonoro de alarma insistía en reclamar mi atención. Me rendí, me levanté atolondrado, adormecido; me acerqué sigiloso a la ventana y corrí la cortina para ver quién era. Dos pacientes y expectantes señoras - menudita y rechoncha la primera, rubia y vestida como dama antigua la otra - cargadas con bolsos, libros, revistas, folletos y una Biblia; esperanzadas se estamparon en la puerta de mi casa, esperando que en una vivienda apagada existieran vestigios de vigilia que estuviesen dispuestos a oírlas.

- uhhh!, argg! , no quiero salir, no quiero salir, por qué a mí, más encima estoy con pijama, que se vayan, que se vayan, que se vayan, por favor que se vayan, es una lata tener que escuchar lo que tengan que decir estas viejas, no tengo tiempo, que se vayan, que se vayan...¡ Señor, si existes escúchame ! Además, si Dios existiera haría que estas señoras se fueran y me dejaran dormir tranquilo, Dios no permitiría que a la gente la despertaran así como así y no la dejaran descansar.

…Y precisamente en ese instante las cargadas y elegantes damas se fueron. Los testigos de Jehová me hicieron creer en Dios y la salvación.